Agenda

Jornada Mundial de los Pobres

Tú, Señor, eres mi esperanza

El próximo domingo 16 de noviembre, XXXIII Domingo del tiempo ordinario celebraremos la IX Jornada Mundial de los Pobres en el contexto del Jubileo de la Esperanza 2025 con el lema Tú, Señor, eres mi esperanza (cfr Sal 71, 5). En medio de las pruebas de la vida, la esperanza se anima con la certeza firme y alentadora del amor de Dios, derramado en los corazones por el Espíritu Santo. El pobre puede convertirse en testigo de una esperanza fuerte y fiable, precisamente porque la profesa en una condición de vida precaria, marcada por privaciones, fragilidad y marginación. No confía en las seguridades del poder o del tener; al contrario, las sufre y con frecuencia es víctima de ellas. Su esperanza sólo puede reposar en otro lugar. Reconociendo que Dios es nuestra primera y única esperanza, nosotros también realizamos el paso de las esperanzas efímeras a la esperanza duradera.

La pobreza más grave es no conocer a Dios. Así nos lo recordaba el Papa Francisco cuando en Evangelii gaudium escribía: “La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe”.

La Iglesia reafirma constantemente la circularidad entre las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. La esperanza nace de la fe, que la alimenta y sostiene, sobre el fundamento de la caridad, que es madre de todas las virtudes. Y de la caridad tenemos necesidad hoy, ahora y nos compromete, orientando nuestras decisiones al bien común. Quien carece de caridad no solo carece de fe y esperanza, sino que quita esperanza a su prójimo.

La pobreza tiene causas estructurales que deben ser afrontadas y eliminadas. Mientras esto sucede, todos estamos llamados a crear nuevos signos de esperanza que testimonien la caridad cristiana. Los pobres no son una distracción para la Iglesia, sino los hermanos y hermanas más amados, porque cada uno de ellos, con su existencia, e incluso con sus palabras y la sabiduría que poseen, nos provoca a tocar con las manos la verdad del Evangelio.

Por eso, la Jornada Mundial de los Pobres quiere recordar a nuestras comunidades que los pobres están en el centro de toda la acción pastoral. No solo de su dimensión caritativa, sino también de lo que la Iglesia celebra y anuncia. Dios ha asumido su pobreza para enriquecernos a través de sus voces, sus historias, sus rostros. Toda forma de pobreza, sin excluir ninguna, es un llamado a vivir concretamente el Evangelio y a ofrecer signos eficaces de esperanza.

Esta es la invitación que nos llega de la celebración del Jubileo. No es casualidad que la Jornada Mundial de los Pobres se celebre hacia el final de este año de gracia. Los pobres no son objetos de nuestra pastoral, sino sujetos creativos que nos estimulan a encontrar siempre formas nuevas de vivir el Evangelio hoy. Al promover el bien común, nuestra responsabilidad social se basa en el gesto creador de Dios, que a todos da los bienes de la tierra; y al igual que estos, también los frutos del trabajo del hombre deben ser accesibles de manera equitativa. Ayudar al pobre es, en efecto, una cuestión de justicia, antes que de caridad.

Espero, por tanto, que este Año Jubilar pueda impulsar el desarrollo de políticas para combatir antiguas y nuevas formas de pobreza, además de nuevas iniciativas de apoyo y ayuda a los más pobres entre los pobres.

Esta jornada nos hace tomar conciencia de lo que nos decía el papa Francisco: “compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda; los pobres no son un problema, sino un recurso al que acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio”. Algo que ya afirmaba san Ambrosio de Milán, cuando reconocía que los pobres ocupan un lugar privilegiado en el corazón de Dios

Las causas estructurales que afectan a la pobreza limitan mucho el efecto de los actos puntuales de caridad. Muchos proyectos para la promoción de la dignidad de los desvalidos deberían formar parte ya de las políticas públicas de todo país, pero las guerras y desigualdades con frecuencia lo impiden. La caridad política no es ajena al cristiano. Es más, estamos llamados a buscar formas de implicación en este campo considerado como el de la más “alta caridad” (Francisco, Fratelli tutti, 180).

La jornada que estamos viviendo no termina al finalizar este domingo, sino que se prolonga a lo largo del tiempo. Por lo que volver a la roca firme, sobre la que se asienta la Iglesia, requerirá sacudirnos la indiferencia para acercarnos a la vida de los pobres y entregar, así, parte de nuestra vida ajetreada a un voluntariado social que nos acerque más a Dios a través de nuestra acción samaritana.

*De la carta del Santo Padre León IX para la Jornada